10 AÑOS DEL 15M:
DE ASAMBLEAS A COROS PLANETARIOS
Por una metapolítica de la salud planetaria.
Jaime del Val
15 de Mayo de 2021
En el décimo aniversario del movimiento 15M surgido el 15 de mayo de 2011, proliferan los comentarios pesimistas sobre el supuesto fracaso del movimiento, junto a comentarios más alentadores sobre los cambios irreversibles que ha introducido y como cambió la vida de quienes participaron.
Para mí aquel año y medio de febril implicación supuso un vuelco en cuyas vibraciones múltiples vivo todavía.
Desde que dejé los estudios mi actividad ha estado a caballo entre la creación, la teoría, y el activismo, tres ámbitos que se han entrelazado en los proyectos que coordino desde al menos 2001. Mi implicación en el activismo ha sido una constante aunque con distintos grados y modos de implicación desde al menos 1997, cuando inicié mi activismo LGTBIQ+. Luego se fueron añadiendo capas, de 2004 en adelante con el activismo contra la especulación urbanística en Almería, en Madrid y a escala nacional, siendo quizás el ámbito donde más persistente implicación he tenido. Después vino el 15M cuyo año y medio de eclosión supuso una implicación delirante y transformadora, como también fue brutal la quema y el desengaño posterior.
Para mi el activismo es una necesidad vital análoga a respirar en un mundo asfixiante como el que vivimos, aunque debe estar en prudente equilibrio con un “cuidado de sí” practicando “militancia pero no penitencia”.
En el 15M parecía darse la oportunidad para un activismo radicalmente transversal, casi holístico y omnicomprensivo, en el que abordar de forma mucho más completa luchas antes disgregadas, y cargado de alegría, de motivación casi exaltada, y de cuidado recíproco. Era nada más y nada menos que ser parte activa del nacimiento, no ya de una subjetividad, sino de una nueva colectividad, un nuevo metacuerpo más-que-humano, social y planetario.
Se creó en las primeras semanas un campo de fuerza, un vórtice en el que todo parecía poder recomponerse continuamente, sin cerrarse en compartimentos estancos, haciendo honor a esos 15 capítulos de Mil Mesetas de Deleuze y Guattari que parecían estar inspirando al movimiento y sus rizomas, proliferando de modo no jerárquico. Se hizo palpable una posibilidad antes impensable, apenas atisbada. Surgían continuas alianzas en la frenética actividad, asistiendo yo a veces a tres asambleas diarias, por lo menos una al día de forma ininterrumpida durante muchos meses. Era un lugar ideal y revolucionario para alguien como yo donde saciar la sed de activismos omnicomprensivos y alianzas planetarias pero nómadas. Parecía abrirse un mundo verdaderamente nuevo de posibilidades.
Renové allí mi implicación LGTBIQ+ con la asamblea Transmaricabollo. Pero participaba al mismo tiempo en multitud de otras asambleas. Y pude promover propuestas más novedosas con la asamblea de las Zorras Mutantes. Las Zorras daban un toque de singular locura a la Acampada Sol con sus propuesta performática y filosófica de huelgas ontológicas y mareas ultravioletas: desmontar los cimientos de todos los conceptos que se dan por hechos como pilares de la realidad movilizando percepciones nuevas, y devenir al mismo tiempo ilegible a un poder que todo lo mide en la era de la vigilancia.
Después se fue acrecentando la caza de brujas, promovida sobre todo desde de la izquierda tradicional, contra todo aquel que promoviera algo distinto a su dogma, hasta crearse un ambiente irrespirable donde ya no se sabía quién era quién, y todos los bandos, desde la ultraderecha a la ultraizquierda, pasando por lobbies neoliberales querían capitalizar el movimiento. Desde el inicio había sido así, desde la primera noche de acampada, pero finalmente se crearon alineamientos insostenibles, y, como muches otres colegues, fui dejando de asistir a las asambleas aproximadamente un año y medio tras el comienzo.
La energía vital y afectiva que había volcado en el movimiento en ese tiempo había sido descomunal, sin precedentes, arrastrada por la emoción indescriptible de estar viviendo un momento histórico y un presente abierto donde todo se reescribía.
Había un aspecto crucial, muy corporal, en esa toma presencial y asamblearia de las calles, en su aspecto nómada, emergente, coral, loco, mestizo, plural. La radical heterogeneidad de edades, cuerpos, procedencias, sexualidades, orientaciones vitales y políticas. La sensación de libertad y transformación era embriagadora y sirve para alimentar una vida. Esas asambleas multitudinarias en la Puerta del Sol donde todo parecía posible eran lugares donde activistas que iban por libre, como yo, podían tomar la palabra, promover y mover cosas. No estaba todo el pescado vendido, no estaba todo en manos de los de siempre. Mi experiencia en movimientos ecologistas y LGTB había sido desalentadora y había optado en los años anteriores por crear pequeñas asociaciones que actuaran al margen de los grandes colectivos.
Pero ahora parecía que todo se movilizaba y se recomponía en una multiplicidad de transmergencias, con la emoción sobrehumana de formar parte de un metacuerpo social emergente de una potencia, indeterminación y escala nunca vistas en mi tiempo. Donde la horizontalidad que se había reclamado en ámbitos minoritarios parecía desbordarlo todo y extenderse al infinito.
Al mismo tiempo había profundas paradojas, por ejemplo en asumir tecnologías de vigilancia y control como plataformas ubicuas de comunicación y archivo, y otorgarles el estatuto de medios revolucionarios. Te sentías sobreexpuesta y continuamente vigilada en las plazas y las redes. Paradógicamente el aspecto nómada de los movimientos antes dispersos se asimilaba en una red global de vigilancia.
Y estaba la manera en que se desvirtuaba en los medios generalistas la experiencia inmanente del movimiento vivido desde dentro.
Y estaban los alineamientos, los continuos intentos de capitalizar el movimiento, a veces tan soterrados que no se sabía si los infiltrados de turno eran agentes dobles o triples ni a qué causa o fin servían. Aunque sobre todo había infiltraciones de egocentrismo y de viejos modos de hacer queriendo cooptar el espacio emergente.
Bien pensado, la idea de subsumir todos los movimientos sociales del planeta en una red hipervigilada y azuzada por trolls profesionales en las redes, o por bots y sistemas Big Data, hubiera sido un golpe genial al servicio de poderes neoliberales, ultraconservadores y de todo tipo. En realidad podemos ver ahora que era parte de un proceso más amplio de agregación en un capitalismo de la vigilancia.
…
El desencanto del final fue por ello monstruoso. Me replegué a mi experimentación, pero reflexionando siempre (aun de modo inconsciente) sobre lo que había pasado.
Continué con el espíritu de las Zorras Mutantes, que se trasmutaron en el libro que ahora estoy acabando, y en el proyecto Metabody con el que desde 2013 fui creando una red internacional en torno a mis propuestas. Ambos son en parte frutos de mi experiencia en el 15M: tanto de la salvaje energía del comienzo como del batacazo final y la necesidad de reinventarse, continuar y renovar las luchas y pensar qué problemas de fondo no se estaban abordando.
Con las Zorras Mutantes proponía en germen cosas que he desarrollado después mucho más: la necesidad de desalinear, no solo los contenidos, sino los marcos y movimientos que crean nuestras percepciones y relaciones. No bastan las ideas, son los modos de relación y percepción lo que cuenta. Esto fue lo más revolucionario en los comienzos de la acampada, una revolución de los modos de relación donde se creaba un campo de consistencia, un vórtice, una “meseta” donde todo conectaba con todo y se recomponía con todo, recobrando al mismo tiempo un modo de crear espacio común que estaba perdido desde tiempos inmemoriales.
Y en la “transma” había lugar a plantear una transversalidad radical de políticas de géneros, sexualidades y afectos con espacio para lo más experimental, alimentando focos antes dispersos y dando alas a un orgullo crítico (e incluso ultracrítico) que siguió creciendo después, igual que los feminismos.
Desde entonces me convertí en un 15M andante, una Zorra Mutante a tiempo completo, y nunca he dejado de serlo. Aun tengo la bandera de la asamblea Transmaricabollo, con el emblema pansexual-poliamoroso que pinté en ella y que tantas veces ondeó en manifestaciones y luego en mi ático en la Cava Alta. Estos días la llevo en el coche “por si acaso” hace falta sacarla en este clima de crispación y neofascismo. Pero sobre todo (esto ya de antes del 15M) voy siempre con disposición a la acción improvisada, impensada.
Por supuesto no pocos críticos achacan al 15M el retorno del fascismo, como un rebote en una sociedad pendular que va siempre entre extremos de liberación y represión. ¿Podremos superar alguna vez ese movimiento pendular?
De hecho al poco de surgir el 15M ganó masivamente Rajoy y con él vino la Ley Mordaza.
Pero son muchas otras las cosas que han sucedido en esta década: en 2013 el caso Snowden sacaba a relucir la vigilancia masiva de gobiernos como el de EEUU. Las corporaciones tecnológicas estaban al alza y han seguido estándolo, implantándose una gestión integral de la vida y del futuro basado en sistemas Big Data, algo que excede la biopolítica de Foucault y que Massumi llama ontopoder. La crítica a este proceso fue uno de mis giros al activismo más teórico y experimental en el proyecto Metabody.
Luego vino Trump, y el escándalo de Cambridge Analytica desveló que no solo los gobiernos sino sobre todo las empresas tecnológicas han levantado un capitalismo de la vigilancia -como lo llama Shoshana Zuboff- en toda la regla, un “golde de estado contra la humanidad” y el planeta. El Big Data es una herramienta crucial que, con las alianzas correctas, está dando mucho juego a la ultraderecha en el mundo, incluido Vox que también ha tenido el asesoramiento y apoyo de Steve Bannon, el ex-asesor de Trump.
Y después vino la pandemia. Llevamos más de un año alternando confinamientos planetarios con medidas restrictivas de todo tipo; se ha creado una aceleración salvaje de capitalismo de la vigilancia y el ontopoder, con un incremento exponencial del teletrabajo y al dependencia de corporaciones digitales; se han expuesto como nunca las dependencias y desigualdades planetarias, con un nueva crisis, y los cuerpos están cada vez más inmóviles y atrofiados en su prisión planetaria domiciliaria y el panóptico de Internet.
¿Donde quedaron las asambleas del 15M, Occupy y la Primavera Árabe, y su revolucionaria toma pacífica de las calles, creando espacio común y cuerpo común? Este concepto del cuerpo común lo proponía yo precisamente en los años anteriores al 15M, que le dio un nuevo sentido. Cuanto han cambiado entretanto las maneras de abordarlo, las problemáticas y prioridades.
Paradógicamente la gente ha cobrado renovada conciencia de la importancia del cuerpo al verse confinada, y se impone reinventarse desde múltiple confinamiento impuesto. Pero las asambleas quedan tan lejos, ha cambiado tanto el mundo, que aquella libertad esencial de moverse y reunirse por las calles parece inconcebible. Vivimos en una distopia de control digital y presencial donde todo movimiento se mide y se orienta, y la propia Ley Mordaza se queda corta y lejos en el pasado en comparación con lo que estamos viviendo y lo que quizás está por venir.
Pero esto es ocasión para reforzar y renovar una estrategia basada en el cuerpo.
Stefan Donath analiza en Protestchöre, “Coros de protesta”, las asambleas de estos movimientos desde un punto de vista del teatro y del antiguo coro trágico de Grecia que inicialmente era un grupo nómada de cuerpos que cantaban y bailaban en el espacio público, coros nómadas y orgiásticos donde se daban cita las clases oprimidas y que formaban parte de los rituales de reunificación con la naturaleza en los Misterios Dionisíacos.
Quizás lo que falta es ese giro del parlamento y la asamblea al coro: a una nueva forma de sentir. Hay que dejar de hablar como mentes racionales inmovilizadas en puntos fijos de visión y volver a co-sentir el mundo desde el cuerpo en movimiento, desde la propiocepción.
…
Recuperado con el paso de los años de la decepción del ver ofuscarse y morir aquel movimiento tan esperanzador, puedo ahora mirarlo con distancia y ver que la energía que desató sigue viva.
La vibración del 15M sigue difractándose en mi experiencia y, no cabe duda, en la de muchas otras, pero en cada una de forma muy diversa.
Hemos de aprender de la promesa que albergó tanto como de su posterior disipación y sus múltiples efectos.
Su promesa (tan criticada por carecer de contenidos “concretos”) era una gran APERTURA en los modos de relación. O sea: crear ecosistemas más abiertos y justos, menos cerrados y opresivos. ¿Puede haber un modo más fundamental de política? En realidad es una Metapolítica.
La influencia es mayor de lo que muchos quisieran: se ha introducido un pensamiento de participación ciudadana y transparencia que era antes impensable. Hay que ver los desafíos en un horizonte más amplio. Cierto que estamos quizá aun peor que hace diez años, pero desde luego no es “por un fracaso del 15M”, sino por unas tendencias planetarias frente a las que el 15M puede aun hacernos reflexionar y cuyas vibraciones aun no se han agotado, al contrario no han hecho más que empezar, y tendremos que amplificarlas.
En España está su influencia en un fin del bipartidismo, pero también quizás en el retorno de la ultraderecha. Los partidos que capitalizaron el movimiento en la política institucional de forma directa o indirecta fueron muchos, desde Podemos, los Comunes y Más Madrid, con sus “efectos” Colau y Carmena, que aunque criticables desde la perspectiva de un movimiento que renegaba de la política institucional, introdujeron en los parlamentos discursos antes inconcebibles; pero también a Ciudadanos que se abrió camino en el nuevo mundo multipartidista, e incluso Vox que aprovechó el efecto rebote del conservadurismo.
Pero las luchas siguen, infinitas y los movimientos se recomponen. Estos días, con el aniversario, las manifestaciones se centran en los desastres de Palestina y Colombia.
Yo recientemente vuelvo a tener una actividad frenética en las luchas contra la especulación, que se está reactivando.
Con Metabody desarrollo desde hace años, junto a la crítica de la vigilancia y una experimentación radical en nuevas formas de corporalidad, alianzas cada vez más sostenidas con colectivos neurodiversos, acciones en campos de refugiados o en la Amazonía, y está el centro Metabody en el ámbito rural y cada año con Metabody se han hecho Foros por medio mundo, con talleres, conferencias, performances urbanas: siempre coros, y ahora online… Mientras a un nivel por ahora más personal por ser aun doloroso, he emprendido acciones en defensa de los afectos trans-especie. Siempre he tenido debilidad por las causas “perdidas”, aquellas que se consideran imposibles o irrelevantes o se ignoran por plantear cuestiones que exceden los marcos del sentido común predominante y nadie parece estar teniendo en cuenta.
Después del 15M me replegué a un activismo más experimental, experiencial tanto como filosófico, una especie de laboratorio de futuras políticas, de nuevas formas de movimiento y percepción, al que sigo dedicada con ahínco, y con el aliciente de ser una “causa perdida” que quizás solo yo defiendo. Me he hecho experta en predicar en el desierto o en universos paralelos, con resonancias inciertas tanto en el futuro como en el presente. Con Metabody he desplegado ese impulso en un ciclo que no se ha cerrado pero ha adquirido consistencia.
Hay más que nunca una necesidad de repensar profundamente nuestras ontologías, los conceptos más básicos que tenemos y que confundimos con una realidad que se nos escapa: desde los batallones de algoritmos autónomos que llevamos en los bolsillos y que orientan nuestras vidas, a los retornos neofascistas y totalitarios. El activismo ontológico, el ontohacking requiere cambiar la percepción moviéndose de formas nuevas que a la par que te sacan del alineamiento rígido generan nueva riqueza experiencial, nuevas simbiosis para una salud planetaria.
Tiempos vendrán (para mi) para nuevos retornos a un activismo de calle, de asambleas o de nuevas comunidades, coros y orgías de cuerpos desalineados que invadan las calles por una salud planetaria. Sigo convencid- de aquello que proponía en el 15M por muy extemporáneo que fuera: nada podemos hacer sin un cambio profundo de sensibilidad.
Ser radical es ser fiel a una raíces, ideas o inquietudes. No tengo prisa en recobrar un activismo de calle. Aun he de madurar la enorme reflexión que hago desde el 15M sobre los profundos alineamientos que aun tenemos que desmontar, alineamientos que salen a relucir por doquier en el seno de movimientos asamblearios.
Hay tiempo para la calle y tiempo para laboratorios de políticas futuras, de abrir horizontes sin miedo a cuanta sea su “aplicación práctica”. Metapolítica.
De momento seguiré cultivando mi inquietud por crear prácticas corales más que asambleas. Coros posthumanos y orgías metahumanas para nuevas sensibilidades.
Volveremos a las calles. O quizá nunca nos fuimos. Estamos siempre ahí.
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