EL REVERSO DE LA INCERTIDUMBRE
Reflexiones sobre Arte de Épocas Inciertas de María Luisa Caturla
por Jaym*/Jaime del Val
Nota: Este escrito se ha hecho en respuesta a la petición de Paola Setaro de un prólogo para la traducción al italiano de Arte de Épocas inciertas, donde el texto saldrá publicado en italiano íntegramente.
Cuando en 2021, a raíz de la republicación[1] de “Arte de Épocas Inciertas” por parte de María Bolaños y el Museo de Escultura de Valladolid, leí con detenimiento el libro de mi abuela María Luisa Caturla, que desde la infancia veía, en diferentes ediciones, en la extensa biblioteca familiar, tuve una extraordinaria revelación.
No se trató solo de descubrir una afinidad temática, por cuanto, tanto en mi faceta filosófica como en la artística, elaboro profundamente sobre la cuestión de la indeterminación y el movimiento, sino por percibir una resonancia de sensibilidad que no sospechaba y que se amplificaba en los datos biográficos que María Bolaños reunió en su día y que más recientemente he visto ampliados al infinito con el trabajo de Sara Jácome González.
Desde aproximadamente 2011 varias estudiosas, como las mencionadas, más Patricia Molins, la primera, y por último Paola Setaro, han venido a casa a ver los archivos familiares donde guardamos sobre todo fotos y cartas que mi madre Ana Higueras en su día archivó con sumo cuidado como conjunto de recuerdos de mi padre, Carlos del Val, el segundo hijo de Maria Luisa Caturla, que había fallecido cuando yo tenía tres años, así como conservamos bien catalogada casi toda su biblioteca de arte y algunos objetos y muebles. Era consciente de como la figura de mi abuela se iba rescatando del olvido, devolviéndole una importancia que en su día tuvo y dándole al fin un reconocimiento que solo tuvo en parte en vida, y con retraso, al haber hecho carrera como mujer en un mundo masculinizado.
Pero mis vagos recuerdos reales de mi abuela se remontaban a antes de 1984, el año de su muerte, cuando yo tenía 10 años, y a las visitas que le hacíamos en la calle Fortuny, o a su presencia en algún evento familiar. Cuando murió tenía 96 años, mi padre había muerto siete años antes, por ello de mi familia paterna solo me habían llegado vagos rumores que apenas servían para despertar aun más el misterio en torno a la interesante y compleja familia Del Val Caturla, antes Kocherthaler, y antes aun Levi, si seguimos el rastro de los cambios de nombre que revelan aspectos cruciales de esa historia de conversión huyendo del antisemitismo. Aun de entonces tengo el vago recuerdo de que estaba en sus últimos años iniciándose en el aprendizaje de su 14ª lengua, el Euskera, y la recuerdo como una mujer menuda y anciana, con una voz aguda y suave y un ademán contenido y pausado. Su valor como investigadora y como mujer pionera estaba lejos de ser reconocida en su justo valor, tampoco en el seno familiar.
Por ello fue tan determinante la revelación de 2021 al descubrir en mi abuela un reflejo de algunas de mis inquietudes, incluido el sentimiento de perpetuo desarraigo, de ser perpetuamente errante (quizás una herencia judía y del mestizaje judeo-cristiano), y ver en mi (como activista todoterreno, en lucha contra toda forma de hegemonía, que se define como no binarie y metahumanista) una versión actual y radicalizada de lo que mi abuela fuese en su día como mujer pionera en un mundo de hombres y como autodidacta viajera e inquieta, políglota, observadora extraordinaria, con una mirada capaz de reunir las cuestiones más dispares en una visión sintética.
Encontraba así analogías y resonancias entre el contexto vital de mi abuela y el mío, que resalto como punto de partida para reivindicar la praxis y experiencia de la indeterminación, el movimiento, y la frontera: el mestizaje y desarraigo cultural, el viaje, las lenguas, el privilegio ilustrado y de una época, la disidencia de género (como 1ª mujer propuesta en la academia), el ocupar márgenes de los espacios disciplinares, por no hablar del hecho de haber publicado ambes nuestro primer libro entrando en los 50, tras más de una década redactándolo y luchando porque viera la luz un texto intempestivo, y con exactamente 80 años de diferencia, el suyo en 1944 y en plena Segunda Guerra Mundial y Holocausto del Nazismo, el mío en 2024 y en pleno auge del Cambio Climático, de la distopía algorítmica, del colpaso ecosocial y del Holocausto Planetario de no humanes. Si el suyo era una reflexión sobre las expresiones en época de incertidumbre, el mío es una filosofía que reivindica radicalmente la indeterminación y el movimiento.
El libro mismo, Arte de Épocas Inciertas, manifiesta una condición vital de la incertidumbre como condición creativa: es un libro de viajes que refleja una inquietud vital, una formación heterodoxa y autodidacta, pero privilegiada, intempestivo en su publicación, en tiempos de anti-vanguardia.
Su escritura es extraordinariamente densa e inteligente, casi Shakespeariana, en su capacidad de sintetizar en una sola frase insólitos y elegantes giros y significados, a la par poéticos y concisos, penetrantes y profundos, condensados y certeros en su aproximación a lo ambiguo, proliferando en infinitos neologismos, adjetivaciones que esbozan nuevos espectros de lo cualitativo y de los devenires y mutaciones incesantes del mundo en su intrínseca incertidumbre.
El libro Arte de Épocas Inciertas manifiesta inquietudes visionarias que me asombraron por su resonancia con las mías, como la sutil cita de Ludwig Klages en su diferenciación entre ritmo y compás, asociando el primero al misterioso palpitar de lo vivo y el segundo al mecanicismo antivital, con sentencias visionarias como esta: “Las épocas que, por desacuerdo consigo mismas, caminan hacia la disolución, suelen sentirse atraídas por el compás inexpresivo con su implacable martilleo antivital.” (p. 69, reedición española de 2021). Es este un tema que adquiere gran relevancia en discusiones etimológicas y filosóficas recientes y que abordo en mi trilogía Ontohackers, de la que se ha publicado el primer tomo en 2024.
O su visionario rechazo de la forma, un tema central de mi propia propuesta: “Mas toda forma reiterada es rigor impuesto: la vida en libertad no se repite.” (p. 85) Era como si durante 20 años, sin yo saberlo, hubiese elaborado temáticas que Caturla había abordado de forma diversa 80 años antes, y pasando en mi caso de una simpatía por lo incierto a una rabiosa reivindicación de la indeterminación, una filosofía radical del movimiento.
El libro Arte de Épocas Inciertas manifiesta una de las más singulares sensibilidades e inteligencias que se haya dado en la historiografía del arte, es un libro plenamente actual y visionario por su radical interdisciplinariedad, por como investiga las manifiestaciones de la incertidumbre en todo tipo de formas y épocas, trazando sutiles diagnósticos y conexiones.
El libro pone en marcha un singular movimiento del pensamiento mismo, un movimiento no lineal y transversal. Se trata de un libro visionario y pionero que aborda un tema a mis ojos central, y de suma actualidad, del que sorprende que no se haya abordado antes y que avanza acaso cuestiones que en la historiografía actual y posmoderna se han abordado de forma algo diversa pero que podría haberse enriquecido de esta temprana visión.
¿Qué herramientas nos aporta el libro para analizar el presente? Por un lado, una mirada en movimiento radicalmente transversal a través de épocas, estilos, culturas, técnicas, disciplinas, épocas y medios, sin distinción de artes mayores y menores, que pulveriza la tradición basada en acotar territorios.
Por otro el libro tiene un poso implícitamente filosófico, Nietzscheano o Spinoziano en términos de analizar la vitalidad y los valores de afirmación o negación que se manifiestan en tendencias particulares, diagnosticando tendencias vitales o antivitales y haciendo distinciones sutiles entre cuando el movimiento en el arte tiene un sentido afirmador, como en el Barroco y cuando tiene una vocación de disolución, como en el flamígero. Distingue ritmos firmes y acelerados de irregulares y débiles, movimientos de expansión y retraimiento, pero siempre asociados a tendencias y sentires epocales que se expresan en los movimientos implícitos de las expresiones artísticas.
Igualmente diagnostica de formas complejas las tendencias a la inmovilidad, diferenciando entre cierta saludable robustez y las expresiones inertes de lo inmóvil. Contrasta así el compás uniforme y homogéneo con el ritmo variable. Distingue la rigidez de lo estático, inmóvil, grave, pétreo, acartonado, el congelamiento y lo geometrizado, de otras cualidades sanas y sólidas de estabilidad, peso y firmeza.
Identifica en el Barroco lo líquido, veloz, vigoroso y resuelto, el ímpetu, el movimiento hacia algo, la meta, atracción, tensión y energía latente, la variedad de su ritmo, exuberancia, salud, ausencia de vacilaciones, audacia, acometividad, espíritu combativo, la exaltación, el salirse de sí mismo. Por el contrario al flamígero y al S. XV asocia lo errabundo y vacilante, indeciso, sin rumbo, ilimitado y sin bordes, inabarcable, impenetrable, de cuantía indeterminada, el nerviosismo, la pasividad, los estados impuestos, la concavidad, la inhibición, la “espesura de propagación involuntaria” según la cual “vaga el flamígero por esa sombra, errante” (p. 61) protegiendo su dolor.
Este modo de diagnosticar tendencias a través de un sutil análisis de su movimiento es sin duda otra valiosa herramienta que el libro aporta. Cuenta aquí más el modus operandi que el diagnóstico concreto.
Su mirada sutil se fija en lo periférico, en detalles para otros invisibles que, igual que en el ejercicio deconstructivo del filósofo Jacques Derrida, adquieren un papel revelador. Moviliza una mirada no hegemónica que puede penetrar a través de las matrices de las convenciones para aportar una visión diversa que detecta movimientos y oscilaciones del sentir de la épocas. Pues Caturla rara vez se centrará en análisis individuales, enmarca sus estudios siempre en el de tendencias epocales, como el título del libro manifiesta claramente. Sirve así de una suerte de herramienta de diagnóstico cultural. Una herramienta no cerrada sino adaptable a nuevos marcos interpretativos según el contexto, como una suerte de lente (al modo Proustiano) que permite un modo de indagación.
Aporta también un extenso y singular vocabulario con el que analizar las manifestaciones del movimiento en el arte y la cultura, y es que la incertidumbre está asociada al movimiento desde los albores de la filosofía. Aborda temas que 40 años más tarde vemos reaparecer en la filosofía de Deleuze y Guattari, o en el feminismo de Donna Haraway o Gloria Anzaldúa, en los años 80, como lo fronterizo, monstruoso, ilimitado, huidizo, errabundo, ambigüo, esquivo, divergente, bifurcado, sinuoso, etc., esbozando expresiones estéticas, culturales, vitales y existenciales que asocia a una debilidad pero por las que podemos intuir que tenía una simpatía profunda, con un genuino interés en lo transitorio, lo inestable.
Reúne así todo un conjunto de términos que décadas después se reivindicaría desde cierta posmodernidad como términos asociados a todo aquello que excede la tendencia a la dominación, a lo totalizante. Hasta el punto de que el riquísimo vocabulario que al respecto despliega en su libro me pareció, como expuse en la conferencia que al respecto di en el Museo de Valladolid en 2021[2] con el mismo título que este prefacio, como un auténtico compendio o diccionario de términos que décadas después serian reivindicados desde un abanico de posicionamientos estéticos, políticos y filosóficos deconstructivistas, post-estructuralistas, posmodernos y disidentes de toda hegemonía.
Reúno a continuación parte de ese vocabulario del libro, en siete grupos de significados resonantes:
- la ambigüedad, el equívoco, la confusión, lo incierto, indeterminado, amorfo, indefinido, fronterizo, ilimitado, infinito, la extrañeza, lo no captable, lo que se hurta siempre a la completa captación;
- el movimiento, lo sinuoso, la curvatura variable, la espiral, el zigzagueo, lo fluctuante, giratorio, oscilante, la licuación, el fluir, la fluencia, lo llameante, ligero, suspensivo, ingrávido, la suspensión, la tensión;
- lo indeciso y vacilante, claudicante, frágil, la inseguridad, el titubeo, el desequilibrio, la inestabilidad, lo errante y errabundo, trashumante, transitorio, huidizo o huidero, en fuga, esquivo, escurridizo, el perderse;
- el ser sin ser, sin dirección, sin eje, sin centro, sin vértice, sin principio ni fin, sin firmeza, sin resistencia, (cuestiones de profunda raigambre filosófica que atacan el meollo de la tradición metafísica y la ontología);
- lo descentralizado y reversible, bifurcado, divergente, desplazado, el desparramiento o desparramamiento;
- lo inesperado, imprevisto y repentino;
- lo monstruoso, incómodo, perturbador, desconcertador, que causa perplejidad y pasmo.
Podríamos realizar una revisión actualizada de muchos de estos términos y de los diagnósticos epocales que a través de ellos podemos activar, aportando nueva luz al presente.
Es interesante para ello tentar una suerte de relectura deconstructiva del libro a través de lo sucedido en los 80 años transcurridos desde su publicación en ámbitos como la filosofía, la ciencia, el arte y la sociedad en general: desde los rizomas y la micropolitica nómada de Deleuze y Guattari a las reconceptualizaciones del caos, la física cuántica y relatividad, desde la simbiogénesis en biología al (trans)feminismo y nomadismo, el posthumanismo, y metaconceptos como différance de Derrida.
Diferenciaremos aquí entre incertidumbre e indeterminación, donde la segunda tiene un valor positivo de no-determinación, y de resistencia a la reducción, como fuerza creativa, intelectual, evolutiva y cosmológica, frente a la idea de lo incierto asociada a la negatividad y la crisis. Esta sería una pauta posible para una relectura actualizada del libro. Es más, lo que crea crisis de incertidumbre, podríamos decir, ha sido el intento epocal de crear certidumbre, de fijar el mundo en las sociedades sedentarias.
Como Caturla misma señala, el doble sentido del título “épocas inciertas tanto puede significar que carecemos de seguridad para señalarlas, como que carecieron de dirección fija y cierta”. Pero en su sentido más profundo se trata de una investigación metahistórica de tendencias que resurgen más allá de una linealidad histórica, planteando una suerte de aproximación rizomática a la temporalidad, los procesos y las expresiones. Veamos algunas de ellas.
Por un lado el tema de las espirales y sinuosidades, en el que Caturla conecta la cultura micénica o minoica con los torbellinos de Loïe Fuller a inicios del S. XX, es un tema muy presente, por un lado en la filosofía presocrática, como tropo para definir el movimiento, así como en diseños ubicuos de culturas de la antigüedad, notablemente las cicládicas, desde hace casi 5000 años, de las que ha hablado bellamente el arqueólogo Luis Siret, así como en los torbellinos de los cuerpos extáticos de las ménadas danzantes en el coro dionisíaco y en el Minotauro Cretense. Por otro este tema resurge en la filosofía francesa reciente de la mano de Michel Serres, Gilles Deleuze y Félix Guattari o Luce Irigaray entre otros, así como en los estudios sobre lo sinuoso de Samuel Mallin, o en el Chthuluceno de Donna Harraway y su reivindicación de lo tentacular, donde este tropo del vórtice, que es a su vez una rama fundamental de la física de flujos, se elabora como ontología alternativa y dinámica frente a la linealidad geométrica y cuadriculada del falogocentrismo y el racionalismo.
El tema de lo indeterminado y el límite, asociados siempre a la cuestión del movimiento y el orden, es una pregunta clave de la filosofía presocrática, donde surge también la cuestión de la forma y la fluctuación, con lo ápeiron de Anaximandro, el doble principio de los pitagóricos (lo ilimitado y el límite), la antigua etimología de chaos como apertura, la doctrina del flujo de Heráclito y su juego de tensiones, Demócrito y el átomo definido como rythmós, y posteriormente en el clinamen de Lucrecio. Por otro lado emerge también en la filosofía china, en el Dao como mínimo indicio que excede la forma y en la concepción del mundo como procesos de mutación del I Ching.
Desde Aristóteles al mecanicismo surge la gran antítesis de estas propuestas: el mundo calculable, cuya crisis surge en el S. XIX de la mano de la termodinámica y la entropía que vuelve a introducir la complejidad y la indeterminación en el seno de la cosmovisión. La cuántica, la relatividad, las teorías del caos y la complejidad o la simbiogénesis son parte de una profunda revolución de las ciencias que introduce una cosmovisión donde el movimiento, la indeterminación, la variación y la simbiosis juegan un papel clave, tras el fracaso del mecanicismo de imponer una visión determinista, y el de la ontología y la metafísica de reducir el mundo a entes definidos y separados. En el proceso Bohr y Heisenberg describieron el principio de indeterminación e incertidumbre cuántica, y la fluctuación como fundamento de todo, Ilya Prigogine anunció “El fin de las certidumbres”, y Lynn Margulis, en la estela de Kropotkin desmanteló el neodarwinismo manifestando que la simbiogénesis es la base de la evolución, y en la estela de Vladimir Vernadsky nos revelaba la dinámica de la biosfera como una red infinita de conexiones metabólicas y transducción energética. La cibernética y la sociedad del control digital son un intento posterior de reducir una incertidumbre que se reconoce como esencial, un giro teorizado por la posthumanista N. Katherine Hayles.
Ya Nietzsche y Bergson habían reivindicado un cuerpo y movimiento irreductibles, y en Whitehead, Merleau-Ponty, o Simondon vemos varias ontologías para un mundo procesual y encarnado. En la filosofía reciente explota todo un conjunto de conceptos muy resonantes con este vocabulario de Caturla, pero que reivindica una revolución ontológica completa: los rizomas, flujos amorfos, líneas de fuga, nomadismo, máquinas deseantes, y mil pequeños sexos de Deleuze y Guattari, différance de Jacques Derrida, las políticas de la incomodidad de Michel Foucault y su concepción del poder distribuido, la descontextualización performativa de Judith Butler y la desconstrucción del género en la teoría queer, el sujeto excéntrico de Teresa de Lauretis, el sujeto nómade de Rosi Braidotti, el deseo fluido de Luce Irigaray, la conciencia mestiza de Gloria Anzaldúa, lo cuasi legible en Sandy Stone, las promesas de los monstruos en Donna Haraway o la percepción autista en Erin Manning son algunos ejemplos, donde muchas de las cuestiones que Caturla esboza, se dan la vuelta reivindicándose como centrales de una nueva ontología contra-hegemónica, algo a lo que Caturla quizás ya apuntaba.
En la misma línea la reivindicación en movimientos activistas y teóricos de la indeterminación de género, la intersexualidad, y el no-binarismo, la indeterminación de los límites de la especie en el posthumanismo y metahumanismo, la neurodiversidad y el anticapacitismo, la descolonialidad, el indigenismo, el ecologismo radical y el antiespecismo, la cultura hacker y el mito del Internet descentralizado, y los movimientos sociales descentralizados, desde Mayo del 68 al 15M/Occupy con sus políticas asamblearias y horizontales han convertido en estrategia política muchas de las cualidades que Caturla describe en el libro.
Muchas de estas cuestiones las elaboro a fondo en la trilogía Ontohackers[3], no tenemos espacio aquí para desarrollarlas más, pero invito a ulteriores estudiosas a profundizar en ellas. En mi propia propuesta elaboro, por un lado una filosofía radical del movimiento que asume el principio de la inevitable fluctuación para desmontar la herencia mecanicista, y que va de la mano con una redefinición de la percepción más allá de la centralidad de la visión, recobrando el sentido de propiocepción, de movimiento interno del cuerpo, como fundamento para una nueva ontología, estética y política de lo informe e indeterminado, del movimiento irreductible, una que sea capaz de hacer frente a la actual era de algoritmos y extinciones, y al inminente colapso ecosocial, donde la metaformance y las artes del movimiento y la plasticidad sensorial se plantean como única salida frente a milenios de culturas de lo inmóvil y alineado que nos llevan al abismo.
Arte de Épocas Inciertas es más actual que nunca, pues tal vez no haya habido nunca una época tan incierta como la nuestra, pues en este 2025 vemos avanzar sin paliativos una crisis anunciada que amenaza, no ya la civilización sedentaria, sino el conjunto de la vida en la Tierra tal como lo conocemos. En esta crisis ecológico-climática y ecosocial podemos descubrir que muchos de los términos que la tradición dominante denosta son precisamente la salida: el movimiento indeterminado y sin meta es quizás de la vida misma y la evolución, y hemos desatado las más rápida extinción masiva conocida, y la crisis climática, por imponerle demasiadas teleologías y compases homogéneos al planeta.
Arte de Épocas Inciertas es un proteico y visionario pozo de ideas y modos de pensar que han pasado desapercibidas y que ya es hora de que empiecen a ser, no solo estudiadas en profundidad, sino puestas en práctica para un diagnóstico del presente que ayude en la gran transformación civilizatoria que debemos sin dilación activar, una donde la indeterminación y el movimiento recuperen el papel vital y evolutivo que las civilizaciones de la dominación le han hurtado. En el proceso descubrimos el reverso de la incertidumbre: la fuerza creativa de la indeterminación.
[1] Ver https://www.artedeepocasinciertas.com/.
[2] Ver https://metabody.eu/es/el-reverso-de-la-incertidumbre/.
[3] Ver Del Val, Jaym*/Jaime. 2024. Ontohackers: Radical Movement Philosophy in the Age of Extinctions and Algorithms, Part I: Radical Movement Philosophy and the Body Intelligence R/evolution. Earth, Milky Way: punctum books, 2024. 286 pages. https://punctumbooks.com/titles/ontohackers-radical-movement-philosophy-in-the-age-of-algorithms/ – https://metabody.eu/ontohackers/